MÚSICA , TÉCNICA Y CELEBRIDAD
Dos aspectos de permanente actualidad en el Arte podrían constituir el “leitmotiv” del presente CD. Uno aludiría al hecho de estar ante obras de indudable celebridad , bien conocidas por el gran público. Otro, el de erigirse como obras maestras en su género.
Arduas discusiones genera siempre esa dicotomía celebridad - calidad. Obviamente ,no están todas las que son, pero sí son todas las que están. Y es que hay obras maestras que por mucho que se escuchen, se adulteren o se edulcoren, siempre salen vencedoras, dado su inagotable contenido en belleza.
Por otra parte, suele concitarse en esos casos una actitud peculiar por parte del oyente a la hora de admitir sin reparos le maestría de la obra, por la falsa inseguridad que produce el estar ante una obra muy conocida.
Nula debiera ser, querido oyente, esa suerte de prejuicios de éste o aquel sesgo. Pues cualquiera de estas cinco obras maestras servirían para consagrar a la categoría de genio a sus respectivos creadores, aun cuando fuesen sus únicas obras escritas. O ¿es que nos avergonzamos también del gran Miguel Ángel por el hecho de conservarse sólo unos cuantos bocetos de la Batalla de Cascina o, por el contrario, porque cualquier turista que vaya a Roma haya visto obligatoriamente la Capilla Sixtina?.La obra de Arte sublime posee una suerte de sistema de autoproclamación y difusión de su grandeza al que el espíritu humano le es imposible poner freno.
Dejemos a un lado prejuicios y limitémosnos a dejarnos llevar por esas construc-ciones sonoras tan prodigiosamente equilibradas que durante siglos han espoleado el alma de millones de seres humanos. Y continuemos pues una sana tradición centenaria.
Sólo así se podrá apreciar en el Divertimento para cuerdas KV.136 en Re Mayor de Mozart, la frescura y la energía vitalizante del Allegro, la lozana elegancia del o el dinamismo desenfadado del Presto; en la Serenata para cuerdas de Tchaikovsky, el arrebatador comienzo del Pezzo in forma di sonatina, el noble señorío del Vals, la lejana nostalgia de la Elegia o la rusticidad quintaesenciada del Finale; en el Canon de Pachelbel, ese fluído entrecruzamiento de voces sobre las que nuestro oído cabalga embriagado saltando de una a otra; en le Aria de la Tercera Suite para orquesta de Bach, ese senderismo constante entre lo divino y lo humano al que nos transporta en el paisaje bachiano; o por último, en el Adagio para cuerdas de Albinoni, ese llanto profundo e intenso, sazonado con pequeñas gotas de optimismo que emanan del violín solista.
De todo ello nos convertimos en asistentes privilegiados durante esta hora de música, Vd., querido oyente, y nosotros los músicos. Ya sólo falta pulsar la tecla “play”…
Octavio de Juan Ayala
Violista de Il Concerto Accademico