Escuchar detenidamente esta bella interpretación de una obra inmortal como Las Cuatro Estaciones de Vivaldi conduce a nuestros pensamientos a encontrar un interesante, quizás sutil paralelismo: el arte de la música, que combina sonidos con el tiempo, con ese otro arte práctico por los ingenieros que consigue también, entre la técnica y los materiales inanimados, una armonía que otorga progreso y bienestar al ser humano. Il Concerto Accademico, bajo la eficaz y experimentada dirección de Margherita Marseglia, nos ofrece un delicioso regalo para el espíritu y los sentidos en cada una de las sublimes piezas que este disco recoge, gracias a la inestimable disposición de la Asociación Pro-Música de Murcia y de Radio Nacional de España.
Es nuestro deseo que todos los compañeros que escuchen esta música extra-ordinariamente interpretada la tomen como inspirado ejemplo para que, en la realización de sus actuaciones profesionales propias del arte de la ingeniería, donde se coordinan el esfuerzo y el trabajo humano con las ideas y las máquinas, alcancen resultados tan coherentes, armoniosos y plenos de sensibilidad como el obtenido en esta álbum que los Colegios de Ingenieros Técnicos Industriales de Murcia y Alicante tenemos ahora el honor de presentar.
Enrique Ros
Decano del Colegio de Murcia
Bien lejos del malévolo comentario de Strawinsky al tachar a Antonio Vivaldi (Venecia 1678 - Viena 1741) de ser un tipo aburrido, capaz de componer lo mismo cientos de veces, estamos quienes le atribuimos un mérito enorme y singular, como creador de un arte fantástico que no solo alcanzó la más alta estimación entre sus contemporáneos, sino que sigue maravillando, tres siglos después, a cualquier tipo de audiencias y es capaz de mantener despierto el interés de los intérpretes para sorprendernos con continuas y sugestivas revisiones. Fue la suya una aportación que resultaría imprescindible para el desarrollo de nuestro arte.
Las Cuatro Estaciones, son los primeros de la serie de doce “Conciertos para violín y orquesta opus 8 de Il cimento dell´ armonía e della invenzione“ de que consta la famosa colección, editada en Amsterdam el año 1725. Constituyen por sí solos un formidable y excepcional alegato de la clarividencia, la originalidad y la sabiduría de aquel genial “músico de violín y maestro de conciertos del Hospital de la Piedad de Venecia” que acertó a dar un extraordinario impulso a la construcción del concierto barroco y, en particular, al concierto para solista. Ningún compositor hizo, ni antes ni después, cosa parecida a lo que Vivaldi alcanzó en esta famosa colección. Pero mejor será que, antes de perdernos en mayores consideraciones, ofrezcamos un resumen de las escenas que describen los cuatro sonetos, probablemente debidos al propio compositor, que preceden a cada uno de los Conciertos y cuyas estrofas sigue punto por punto la música, teniendo al violín como egregio protagonista.
La Primavera. I (Allegro). Irrumpe la alegre estación con el feliz canto de los pájaros, el susurro de los arroyos y de apacibles vientos. Truenos y relámpagos oscurecen el cielo por unos instantes. II (Largo) Un pastor duerme plácidamente entre intermitentes ladridos de los perros. III (Allegro) Una alegre danza concluye la escena.
El Verano. I (Allegro) El calor hace languidecer al pastor y sus rebaños, dejándose oír el cuco, la tórtola y el jilguero ,mientras los vientos presagian una tormenta. II (Adagio) Las moscas interrumpen la calma de la siesta. III (Allegro) Estalla impetuosamente la tempestad.
El Otoño I (Allegro) Los campesinos celebran la buena cosecha con cantos y bailes. II (Adagio) La francachela da paso al sueño, bajo los efluvios del vino. III (Allegro) Una cacería, bajo el estrépito de escopetas, trompas y perros, deja a la fiera malherida.
El Invierno. I (Allegro non molto) Los aldeanos tiritan, abatidos por un gélido e insoportable viento que dificulta la marcha. II (Largo) Los pizzicatos de los violines recogen las gotas de la lluvia, mientras los días transcurren plácidamente al calor del fuego del hogar. III (Allegro) Retornan las dificultades de la marcha sobre la nieve, pero el final es concluyente ”Éste es el invierno, más tal y como es ¡cuánta alegría aporta¡”.
Puede considerarse la Serenata para cuerdas en Mi mayor, opus 22, como la primera obra importante de Antonin Dvorak (Nelahozeves (Bohemia) 8 de setiembre de 1841-Praga 1 de mayo de 1904). Está compuesta en el mes de mayo de 1875, y fue estrenada en Praga el 10 de diciembre del siguiente año de 1876. Contaba, pues, el compositor 34 años, y es el momento en el que decide abandonar su atril de violista en la Orquesta del Teatro de la Ópera de Praga, para dedicarse por entero a la composición, estimulado por la concesión de una importante beca concedida por el gobierno austriaco, a propuesta de un jurado en el que figuran Brahms y el crítico Hanslick. Por entonces gozaba ya de cierto prestigio como autor de una abundante producción de música de cámara y de sus primeras cuatro sinfonías, estando a punto de abordar la quinta y última de aquél primer grupo que serían incorporadas con algún retraso al catálogo definitivo de las nueve que ahora conocemos.
La Serenata se inserta en el sentimiento nacional de la época, bajo el magisterio de Smetana, considerado como el fundador de la escuela checa y del que Dvorak será su más conspicuo continuador. Formalmente, pueden buscarse sus antecedentes en las serenatas y divertimentos del clasicismo, sin olvidar las dos incursiones de Brahms, de 1858 y 1859, respectivamaente, en este género. Pero a diferencia de las composi-ciones de Brahms, a cuya influencia no fue ajeno nuestro compositor, la Serenata de Dvorak no contiene ningún tipo de preocupación sinfónica, y se acomoda admirablemente al tipo de conjunto instrumental de cuerda para el que está escrita, dando un modelo que tendrá enseguida continuadores, desde Tchaikovsky, cinco años después, hasta el danés Carl Nielsen, pasando por Janacek, Suk o Grieg.
Estamos ante una obra de una gran perfección de escritura, como es habitual en toda la música del músico checo, con un tratamiento muy equilibrado a cada una de las secciones de la orquesta. Su éxito radica en buena medida en la maravillosa belleza de sus temas, de una ternura y elegancia admirables en el Moderato inicial o de una exultante vitalidad en el Allegro vivace final. En el medio, quedan un delicado tiempo de vals un alborotador Scherzo que se serena al llegar al trío, y un suplicante y melancólico Larghetto en el que la Serenata alcanza su mayor tensión emotiva.
Octavio de Juan
Crítico Musical